Y el mar inmenso

lunes, 27 de mayo de 2013


Ahí estás, distraído y embelesado con la hormiga que llegó a tu planta favorita y ahora se alimenta de ella.
Qué difícil equilibrio.

Ahí estás, corriendo, batiendo las aceras de Madrid y levantando un huracán de polvo que ahoga a todo lo que queda detrás.
Bate, vuela, huracán.

Ahí estás, agitando tu cuerpo desnudo, tiritando por el frío, temblando de miedo.
Ahí estás, mirando.
Ahí estás, sin mirar.

Ahí estás, tras tus gafas de sol, prediciendo el futuro.
Te tomo una foto trazando con los pies un fractal en la arena de una playa.

Ahí estás. 
Y el mar inmenso



Emigro a Alemania, movilidad exterior

lunes, 13 de mayo de 2013



Me voy a Alemania a buscar trabajo. No lo he pensado demasiado y, honestamente, no estoy organizándome como debiera para esta hazaña. No me da miedo, no me abruma, no creo que no pueda hacerlo. Qué va. Es una de las pocas veces en que la navaja de Ockham es realmente la respuesta, es decir, la respuesta más simple. No quiero irme, coño.  

Me voy por miedo, pero no con miedo. Tengo 27 años y temo ver como los años siguen pasando y nada cambia realmente; ver cómo nada mejora sí que me da miedo. Me da miedo perder el tiempo, me dan miedo las empresas, me da miedo si quiera plantearme tener que replantearme mi carrera una vez más. Quiero tener algo de certidumbre. Me da miedo no poder dedicarme a lo que quiero, o encontrar trabajo aquí y que dentro de unos meses me echen. Me da miedo pensar que no lucho. 

Hay personas sinvergüenzas e hijas de puta que ha dado en llamar a este éxodo ‘movilidad exterior’. Incomprensiblemente, hay gente que lo aplaude. También han dicho que es un hecho realmente positivo que la gente viaje y se forme fuera, que es un intercambio. Yo quiero informar a esa gente de que mi movilidad exterior para formarme ya la hice cuando tuve que hacerla. He hecho intercambios con Francia y Suiza, he vivido 14 meses en Noruega y 2 en Nueva York y acabé mi carrera y todo. Créanme, he aprendido de qué va la vaina y ha sido genial, pero es una larga historia que a esa gente no le interesa. 

Llamo hijos de puta a esa gente y admito que es un insulto gratuito pero que a mí me reconforta. La palabra más adecuada es ‘cruel’, pero claro, levantarme al término de una intervención de Fátima Baños y señalar al televisor gritando ‘CRUEEEEEL’ es visualmente flojico por así decirlo, como de coña. Sin embargo, si digo ‘HIIIIIIIJA DE PUUUTAAA’ tiene gancho y me llena la boca más y mejor. Yo hago particular empeño en la 'i', pero es una decisión muy personal.

Yo hago terapia de esta manera y me he convencido de que hay que desearle el mal a algunas malas personas, a voces o en secreto, pero hacerlo. A mí no me lo parece, pero habrá quien piense que es un poco violento lo de desear el mal. A esas personas les propongo un ejercicio sobre la violencia:

Vais a cerrar los ojos e imaginar una tarde de verano al lado de un lago. Un suave viento mece vuestro pelo y susurra en vuestros oídos. Tumbado, medio dormido alcanzas la mano de la persona que quieres, que está a tu lado. Entonces, Fátima Baños aparece y con una nariz de payaso y empieza a cagar cerca vuestro, pero a cagar como nunca, gritando como si fuera un cochino, sudando, con los ojos saliendo de sus órbitas inyectados en sangre y, porqué no, en mierda. Movilidad exterior.

Eso es violencia.