Este hombre está mirando una grieta en la pared. Cada día, después de tomar el café de la mañana y un trozo de pan, se planta delante de la grieta. Y observa. No siempre se sienta en el mismo lado; cambia de sitio según le da, y no importa si repite sitio dos veces o una semana. Parece que cuando se harta de un sitio, cambia. Cuando acaba, recoge lo poco que haya podido traer consigo – un paquete de tabaco, una Coca Cola, su cartera- y se va. Sin más. Esto puede ser una hora o doce horas después. Eso tampoco importa. Duerme lo que tenga que dormir y vuelve. Seguramente coma, pero yo nunca le he visto hacerlo.
A veces paso cerca de él o hago algo de ruido a propósito, intentando distraerle. Pero él nada, permanece impasible frente a la abertura en la pared. Me he dado cuenta que, a medida que pasa el tiempo, él ha provocado en mí la misma curiosidad que la grieta en él. Él se sienta y mira y yo me siento y le miro.
A veces siento reunir las fuerzas necesarias para perturbarle y preguntarle por esa fascinación que tiene pero, después de incorporarme levemente y apretar la mandíbula, vuelvo a sentarme. Creo que no quiero saber. Durante todo este tiempo he elucubrado bastante y temo que el señor me diga algo inútil y desarme mis románticas teorías. El mundo es mejor tal y como yo lo imagino.