Me voy a Alemania a buscar trabajo. No lo he pensado demasiado y, honestamente, no estoy organizándome como debiera para esta hazaña. No me da miedo, no me abruma, no creo que no pueda hacerlo. Qué va. Es una de
las pocas veces en que la navaja de Ockham es realmente la respuesta, es decir,
la respuesta más simple. No quiero irme, coño.
Me voy por miedo, pero no con miedo. Tengo 27 años y temo
ver como los años siguen pasando y nada cambia realmente; ver cómo nada mejora
sí que me da miedo. Me da miedo perder el tiempo, me dan miedo las empresas, me
da miedo si quiera plantearme tener que replantearme mi carrera una vez más. Quiero tener algo de certidumbre. Me da miedo no poder dedicarme a lo que
quiero, o encontrar trabajo aquí y que dentro de unos meses me echen. Me da miedo pensar que no lucho.
Hay personas sinvergüenzas e hijas de puta que ha dado en
llamar a este éxodo ‘movilidad exterior’. Incomprensiblemente, hay gente que lo
aplaude. También han dicho que es un hecho realmente positivo que la gente viaje y se forme fuera, que es un intercambio. Yo quiero informar a esa gente
de que mi movilidad exterior para formarme ya la hice cuando tuve que hacerla.
He hecho intercambios con Francia y Suiza, he vivido 14 meses en Noruega y 2 en
Nueva York y acabé mi carrera y todo. Créanme, he aprendido de qué va la vaina y ha sido genial, pero es una larga historia que a esa gente no le interesa.
Llamo hijos de puta a esa gente y admito que es un insulto
gratuito pero que a mí me reconforta. La palabra más adecuada es ‘cruel’, pero
claro, levantarme al término de una intervención de Fátima Baños y señalar al
televisor gritando ‘CRUEEEEEL’ es visualmente flojico por así decirlo, como de coña. Sin
embargo, si digo ‘HIIIIIIIJA DE PUUUTAAA’ tiene gancho
y me llena la boca más y mejor. Yo hago particular empeño en la 'i', pero es una decisión muy personal.
Yo hago terapia de esta manera y me he convencido de que hay
que desearle el mal a algunas malas personas, a voces o en secreto, pero hacerlo. A
mí no me lo parece, pero habrá quien piense que es un poco violento lo de
desear el mal. A esas personas les propongo un ejercicio sobre la violencia:
Vais a cerrar los ojos e imaginar una tarde de verano al
lado de un lago. Un suave viento mece vuestro pelo y susurra en vuestros oídos. Tumbado, medio dormido alcanzas la mano de la persona que quieres, que está a tu lado. Entonces, Fátima Baños
aparece y con una nariz de payaso y empieza a cagar cerca vuestro, pero a cagar
como nunca, gritando como si fuera un cochino, sudando, con los ojos saliendo de sus
órbitas inyectados en sangre y, porqué no, en mierda. Movilidad exterior.
Eso es violencia.
1 comentarios:
Hijos de puta. Merecen que les abramos la boca y meterles un escupitajo con moco verdoso en su interior, posteriormente cerrársela con todas nuestras fuerzas y hacerle un masaje en su garganta para que se lo tengan que tragar. Yo también me reconforto un poquito así...
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