Hace escasos minutillos me ha dado por pensar. Las horas
previas a esta revelación he estado cotilleando vidas ajenas en el Facebook,
he intentado hacer algún tuit gracioso sin fortuna y he retocado la imagen que abajo
figura.
Decía.
Pongamos que tu ilusión en la vida es ir a San Petesburgo en este coche azul y gastado.
San Petesburgo es el sitio dónde te imaginas. Emborracharte de vodka y brindar,
conocer rusos y caerte a un canal. Eso es lo que quieres. Pero tienes dudas
razonables de que Moscú, Bergen y Buenos Aires son los sitios donde, con relativa
seguridad, puedes ser feliz. En algún
momento, puedes replantearte de nuevo las cosas, a pesar de que sabes que esto
está mal visto, que la sociedad (y cuando dices ‘la sociedad’ te incluyes) no tolera con
ligereza las dudas ajenas, que está socialmente bien visto ser una persona muy
segura de sí misma y que sepa adónde dirige sus pasos.
Digo yo, que no todo estará en el destino, en la meta. Sobre
todo, porque cuando llegue a San
Petesburgo se me antojará ir a Nueva York. Por eso, es mejor disfrutar del
viaje. Conducir. Sin más.
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