Avanzo incansable, sin control,
como una tempestad que convierte en astillas a los barcos.
Desmembrados, tocados, abatidos,
los restos de las naves que cruzaban el Atlántico se
preguntan cómo volver a ser,
si quiera algo.
Y se observan en silencio, maquinando,
trazando un plan para volver a ser un barco,
y no hacen muecas ni aspavientos ni nada.
Tan solo uno piensa en alto:
bueno, por lo menos flotamos.
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